domingo, 20 de marzo de 2016

De la mano bajo los árboles (Historias escritas en 10 minutos)

Él era el hombre más deseado y lo sabía, como lo supo un boquiabierto Tennessee Williams desde su butaca de Broadway al contemplar sus músculos bajo aquella camiseta de Kowalski. 

Y Cox, que también lo amaba, compartía con él un minúsculo apartamento donde la luna neoyorquina de verano iluminaba las sábanas que desordenaban bajo la banda sonora de taxis y tranvías llenos de deseos.  

Luego llegó la vida, el éxito, la hipocresía social, las exigencias del establishment y la separación obligada con encuentros secretos. 

A Él le le esperaba el oro y la gloria de acceder a la piel de las mujeres más bellas del planeta, de ser el hombre más amado, el egocéntrico, el alumno del método, el genio, el del bello perfil romano, qué viva Zapata, el mujeriego, el amante castigador de James Dean, el defensor de las minorías étnicas, el padre prolífico y de Superman, el doctor de la isla maldita, el que bailó en París y denunció el poder sionista de Hollywood después de haber escuchado a un Bonasera compungido decir "I believe in America"...

Y pasaron décadas y antes de morir, Cox confesó sobre Él: "si algo echaré de menos en esta vida es ir juntos de la mano bajo los árboles" y sí, su viuda decidió entregar sus cenizas al hombre que lo había acompañado bajo los tilos. 
 
Y Él, que había sido el adonis más hermoso, a la muerte de Cox se fue deshaciendo de su belleza comiendo compulsivamente, agudizando sus excentricidades y terminando viviendo como un indigente... Justo la decadencia de la tristeza de amor que suele acompañar a las vidas no satisfechas ni con exceso de dinero, éxito y sexo. "Si Cox hubiera sido mujer me hubiera casado con él y hubiéramos envejecidos juntos". 

Y los hijos de Marlon Brando y de Wally Cox decidieron que las cenizas de sus padres debían esparcirse juntas para la eternidad, para que el viento uniera lo que las convenciones sociales de una época separó. 



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